
Moderno Provincial
Una de las principales razones por las cuales los mapas, en tanto representaciones de un todo estático, se han vuelto insuficientes para el conocimiento social de los espacios, es que no han sabido dar respuesta a la complejidad sensible que define a los paisajes. Se dice que la práctica de la cartografía, hasta el momento, es la disciplina más cercana a la profunda experiencia que supone la relación entre el cuerpo y el entorno, dado que sabe acompañar, integrar y desintegrar los modos en que esta relación toma forma. Una forma que no está asociada meramente a la precisión de lo mensurable, a la evidencia de lo que se comprueba o a la descripción material de lo que lo compone, sino a otros modos en los que aprendemos a orientarnos afectivamente en las esferas de lo común.
Moderno provincial, la primera exhibición individual de Juan Lasala (Rauch, 1986), está protagonizada por esta inquietud sobre la condición ambivalente del paisaje y la dificultad de su habitabilidad, su representación y su escucha. A través de una secuencia no narrativa de escenarios fantásticos en los que observamos el ensamblaje de formas de naturaleza mineral con estructuras geométricas cuyas superficies se manifiestan porosas, horadadas o en relaciones de convivencia simbiótico-parasitarias con expresiones irreconocibles de vegetaciones extintas o bacterias aún por venir, Lasala se aproxima de forma abstracta y paradójica, no sólo a una política sensible de la espacialidad moderna, sino a una preocupación que va más allá de lo geográfico: la posibilidad de nuevas formas de convivencia.
Si bien sabemos que la pintura, históricamente, ha interactuado como una de las tantas formas en las que se fragmenta, sustrae, privatiza y gobierna simbólicamente la pertenencia sobre lo común, también son ciertos la multiplicidad de ensayos en que los artistas se han involucrado en la especulación de nuevas formas de composición de los territorios afectivos que hacen a la historia de lo social. Aunque como ventana de mundo, alambrado imaginal o frontera de las formas, el paisaje ha favorecido a esta institucionalización de las narrativas concentracionarias que ficcionalizan diferencias irreconciliables, necesarias para esta versión del mundo reducida al capital, la pintura también ha logrado hacer del universo especulativo que acontece en la intimidad del plano pictórico, una forma desde la cual suspender la mezquindad del mapa, y en particular, la violencia de sus líneas rectas.
Moderno provincial, se inscribe en esta genealogía. Por un lado, en tanto aproximación abstracta y paradójica a la historia espacial de lo común, pero también, como un largo y silencioso recorrido en el que el artista documenta el movimiento biográfico que impulsa su deseo por la pintura. Un movimiento que en su doble condición se traza como una crónica sin palabras de un cuerpo nómade que observa con urgencia la necesidad de volver a pensar el significado de lo compartido.
Es así cómo, creando una continuidad regresiva con la aparición moderna de atmósferas oníricas que irrumpen en el silencio retráctil de la ciudad vacía de principio del siglo XX, Lasala presenta en sus pinturas, una versión torcida de la metafísica del paisaje, haciendo de su trabajo un plano donde el esqueleto de lo urbano desaparece en su ambición civilizatoria, para mostrarse en un estado primitivo que usa la tensa calma de la ausencia humana, como una falta excéntrica que confunde el antes y el después de la historia. La presencia enrarecida de la luz, la alternancia entre la profundidad de la perspectiva y la fragmentación abstracta de la naturaleza, junto con la inestabilidad entre realidad y ficción, entre verosimilitud orgánica, precisión geométrica y fantasía geológica, es el modo en el que Lasala actualiza el juego de presentar lo real y transgredirlo a la vez, construyendo así paisajes inciertos, que nos devuelven desde el retraso de una época, a la condición inquietante de su potencia.
La relación del artista con la abstracción geométrica, tanto como con la historia cultural y las influencias históricas de la vanguardia, continúa esta investigación por aquello fuera del curso de lo visible, ese más allá de lo físico, combinando elementos fantásticos y siniestros en el que emergen luces sin tiempo, paisajes extraños, materialidades desproporcionadas, que revelan aspectos enigmáticos de la experiencia del mundo. Sin embargo, su trabajo no busca ni recuperar ni restituir ninguna tradición perdida que apele a la maximización del legado de Occidente. De hecho, por el contrario, el retroceso luddita hacia la condición primigenia de la cultura que propone el modernismo provincial de su imaginario pictórico, es parte de esta innovadora aproximación regresiva a lo moderno que practica el artista, donde las rocas, los cristales y la textura musgosa de la vida orgánica avanza bajo su propio tiempo, ensayando una convivencia social basada en el principio ético de la cooperación biológica que a su vez, desconoce deliberadamente la especulación instrumental de la razón.
Estas formas de aproximación abstracta a la naturaleza de los entornos que emplea Lasala, exhiben una síntesis conflictiva entre fantasía y advertencia. Por un lado, este más allá de lo físico, o más allá de lo humano, no se pronuncia como un dictamen o como un castigo sobre el curso que ha adoptado lo moderno. En su lugar, se nombra como una falta que potencia la condición expansiva de lo que puede volverse posible, haciendo espacio otra vez para la imaginación refundada de los acuerdos, para la concreción de nuevos contratos y formas de alianza interdependiente en el que las personas y esos pueblos imaginarios por venir, imaginan otra vez qué hacer con lo que hubo, con lo que hay, con lo que queda o con lo que pueda sobrevivir al descontrol de nuestro propio hacer cultura.
La ausencia del cuerpo en estos paisajes, marcados por el silencio que rodea la convivencia conflictiva entre minerales y formas abstractas, entre anagramas de huesos, puentes, torres y escudos que codifican intenciones espirituales, y la eroticidad geológica del tiempo salvaje, deja de ser percibido como problema y se pronuncia humildemente como el deseo de una nueva oportunidad. ¿Estamos ante la reconstrucción de un tiempo pasado que antecede al desastre moderno en el que las ciudades existían naturalmente como la secuencia de caminos y relaciones involuntarias entre elementos orgánicos que colaboran en la reproducción de la vida colectiva? ¿O acaso estos paisajes dan cuenta del resto, del residuo y la angustiada calma después de haber comprobado al proyecto moderno colonial como un fracaso? Otra vez la ambivalencia sin resolución y la opacidad generosa, desde la cual Lasala propone una reflexión sobre los modos de vida, el curso del tiempo y la experiencia de los espacios. Una alusión al antes, al después y también al presente de la cultura, un punto en el que se actualizan sus tensiones y sus conflictos, pero también sus promesas.
El culto provincial que practica su pintura es un modo de nombrar la apropiación alegre de la desclasificación moral que ejercen los centros urbanos, moderno-coloniales sobre las periferias culturalmente precarizadas. Se trata de formas de desactualización voluntaria, de regresiones temporales, de silencios físicos, asì como de inadecuaciones formales, que dejan de ser percibidos como designios del subdesarrollo, para irrumpir como modos voluntarios desde los cuales crear espacios. Medios para la vulneración programada de la estabilidad del relato del progreso moderno usando la transparencia de sus códigos, para allí, incorporar una lentitud decreciente, desalienando la conciencia expectacularizada del consumo, o proponiendo un proceso de desaceleración cultural que juegue con la condición suspendida del mundo. Una suspensión que favorece un reemplazo, el nuevo sentamiento de pueblos imaginarios o sociedades basadas en afectos complejos donde lo natural es un fomento y no un recurso, donde no existe distinción entre materia y creencia, donde las piedras hablan y las personas por fin escuchan.
La modernidad paralela que actúa el imaginario de la provincia en la obra de Lasala, articula la multiplicidad de sentidos rezagados, encogidos y regresivos que alteran la progresión moderna mayoritaria, la recuperación melancólica de la tradición y la celebración de la cultura material a través de simbologías espiritualizadas que proponen esperar, detenerse, respirar y volver a tomar conciencia. Un más allá de la lenta industrialización de lo humano, que desde la artesanalidad de su técnica en tanto pintura, ejecuta un renacimiento que no tiene que ver con la restitución de ningún valor clásico, ni con la proporción moral de ningún cuerpo, sino por el contrario, con la condición reveladora de una nueva oportunidad.
Una pintura densa, que se mueve lento, que respira como un organismo vivo, en la que prima la erótica del roce entre abstracción y figuración, entre la artificialidad analítica y la organicidad de lo natural, siempre en favor de un contraproyecto sensible, que desde ambientes ficcionales y ensoñaciones geográficas irrumpe la metáfora de la chance, haciendo del anacronismo pictórico un escenario en el cual recordar que el tiempo existe sin nosotros, que la vida se evidencia fuera de nuestro control y que por tanto, cualquier forma de reconstrucción de lo colectivo, necesita pedir permiso, golpear la puerta de lo ya existido y cultivar un sentido apacible de la hospitalidad que sea tan generoso con lo minúsculo como lo es con lo magnánimo, tan receptivo con aquello que se ofrece como posible, como con aquello que cuidadosamente se manifiesta negado.
Nicolás Cuello, 2024